Texto
VIEJO. – (con sigilo) Sí, hay que recordar hacia mañana.
JOVEN. – (absorto) ¡Hacia mañana!Federico García Lorca
Así que pasen cinco años, leyenda del tiempo en tres actos.
JOVEN. – (absorto) ¡Hacia mañana!Federico García Lorca
Así que pasen cinco años, leyenda del tiempo en tres actos.
Cachito, ¿recuerdas cuando el tiempo nos desbordaba? Se nos echaba encima y se nos hacía incomprensible. No sabíamos entonces ni cómo pensar la realidad sin él, pues apenas podíamos decir qué era, aparte de la experiencia de la realidad misma.
¿Era una condición de nuestra mente que precedía a los objetos? ¿O consistía en esos pocos sucesos que alcanzábamos a observar y predecir, dictando su ritmo a los otros muchos que evadían toda mensura? Era, seguro, la división agónica que escandía el infinito. La posibilidad de cesar a cada paso mientras algo sujetaba a las cosas en su ser. No el tiempo. Fuera de él. No éramos capaces de imaginarlo más que fraccionado, por no ser nosotros mismos sino una fracción. Y, como además de la inteligibilidad necesitábamos el sentido, nos inventamos dos trayectorias para orientar sus designios, una que iba hacia atrás y otra, hacia delante.
Todo eso pasó o está por pasar. Ha quedado suspendido en este limbo desde el que escribo. LEJOS DE MAÑANA, como titulaste entonces, pero no mucho más cerca de ayer y, aun así, con un pie en ambos dominios, me propongo recordar algo que todavía no ha pasado. Es por eso que quizás trastoque a cosa hecha obras y emplazamientos. Tengo presente, por ejemplo, que voy a empezar hablando de lo último, pero ya dejó dicho Heráclito, el oscuro de Éfeso, que el camino para subir y el camino para bajar eran uno y el mismo. En estas salas, hechas de ascensos y descensos, vamos a subir hasta el final para bajar luego al principio y quedar, finalmente, detenidos a mitad de camino.